Un poco de historia…
Soy Pablo Cordón. Para la mayoría de lectores, puede ser que mi nombre no sea muy conocido, sin embargo, la situación que me llevó a involucrarme en temas de ética empresarial sí es conocida por todos y lamentablemente es un gran problema que sufren muchos guatemaltecos todos los días del año: LA EXTORSIÓN.
¿Y cómo sucedió? Pues bien, una mañana cualquiera recibí una llamada de mí esposa. Sonaba nerviosa y muy asustada.
Sus palabras me dejaron frío: “Pablo, me acaban de amenazar de muerte. Sí no le pagamos una suma de dinero a unos mareros, van a matar a muchas personas de la fábrica y luego me van a matar a mí”.
Se inició una investigación interna en la compañía y resultó que quién estaba realizando la extorsión no era una mara.
Era un colaborador “de confianza” que tuvo algunos problemas personales y su “brillante” idea para salir de ellos, en lugar de buscar la ayuda de un banco o incluso de la misma empresa, fue fingir una extorsión.
Situaciones como esta son, tristemente, más frecuentes de lo que creemos, no solo en Guatemala sino en todo el mundo.
El siguiente descubrimiento fue todavía más desconcertante. Cuando se entrevistó al personal cercano a los autores del hecho, se descubrió que la mayoría de ellos sabían lo que ocurría, pero ninguno estaba dispuesto a denunciar.
¿Traición, deslealtad, falta de amor a la empresa? NO. De ninguna manera.
Las personas tenían miedo de hablar. Hacerlo podría significar en el mejor de los casos perder su trabajo, pero en un escenario extremo, temían por su integridad física y la de su familia.
Pedirles a nuestros empleados que arriesguen su vida por la empresa no es una opción.
Nadie está dispuesto a ofrecerla, nadie quiere ser víctima, nadie quiere ser héroe o mucho menos ser mártir.
Por ello es muy importante el accionar de las empresas en función a asegurar un clima sano dentro de la organización, la vivencia de valores éticos claros y proveer a sus grupos de interés la posibilidad de denunciar actos que vayan contra las políticas éticas de la empresa.
¿Y es rentable ser una empresa ética?
Esta es una pregunta válida. Al final, las empresas deciden invertir tiempo y recursos en aquellos proyectos que pueden resultar en un impacto positivo sobre su rentabilidad.
Sin acudir a estadísticas o estudios que pueden sustentar esta tesis, en esta columna sólo evaluaremos algunos aspectos subjetivos que le harán pensar en los beneficios de ser una empresa ética.
En próximas columnas ya haremos algunas reflexiones sustentadas en datos más duros.
En primer lugar, las bases: “Reglas claras, chocolate espeso”. Al hablar de reglas, no solo hablamos de contar con un código de ética y conducta claro, sino también hablamos del compromiso de la alta gerencia respecto a las conductas esperadas.
Predicar con el ejemplo hace que las personas dentro de la organización tengan una brújula moral clara y que se reduzcan las dudas de qué se debe hacer ante un dilema ético.
Cuando los empleados (o grupos de interés), de una organización tienen claras las conductas esperadas, es más fácil para ellos identificar acciones que riñen con las políticas de la empresa.
Por consiguiente, podrán detectar aquellos problemas que están causando mella en la economía de la empresa.
Si a esto se suman los modelos adecuados de comunicación que propicien la denuncia interna, las empresas podrán detectar los esquemas que están costándoles más dinero.
Y así, esto se convierte en un círculo virtuoso que asegura un mejor resultado económico.
Así que la respuesta es SÍ. Las empresas éticas son más rentables.